La insuficiencia y la deficiencia de vitamina D son muy frecuentes en el mundo, lo cual parece que contribuye a una gran variedad de problemas de salud.

Actualmente sabemos que no es una vitamina, si no una hormona, pero la seguimos denominando así por costumbre y consenso.

Es bien conocida la relación entre la deficiencia de vitamina D y ciertas enfermedades óseas como la osteomalacia y la osteoporosis.  Para conseguir los beneficios de salud ósea que aporta la vitamina D se recomienda mantener concentraciones en sangre de 25‐hidroxivitamina D entre 25 y 50 ng/mL.

El déficit de vitamina D no solo afecta a la salud musculo esquelética, parece tener relación también con un acné severo, un riesgo mayor de preeclampsia, hipertensión arterial, síndrome metabólico, diabetes tipo 2, obesidad, enfermedades cardiovasculares, un sistema inmunológico deprimido … todas estas acciones no clásicas.

Un punto determinante es el seguimiento del paciente con deficiencia o insuficiencia de 25‐hidroxivitamina D. Se estima que los niveles plasmáticos de 25‐hidroxivitamina D se estabilizan a partir de los 2 o 3 meses de iniciar la suplementación, y las sociedades médicas recomiendan monitorizar a los pacientes inicialmente cada 3‐4 meses, y una vez alcanzadas las concentraciones adecuadas, cada 6‐12 meses.